
Un día pasó por el lugar un varonil y apuesto joven Selknam, al verse, los dos jóvenes se enamoraron perdidamente, aún sabiendo que sus respectivas tribus no aceptarían esa unión. El amor pudo más que la razón, como suele suceder en estos casos, y decidieron fugarse para vivir juntos.

Así, el calafate cada primavera se cubre de flores amarillo oro, que son los ojos de la niña Aonikenk. El joven Selknam jamás pudo encontrar a su amada, después de buscarla por mucho tiempo murió de pena.
La Shaman, arrepentida del mal que había causado, hizo que las flores del Calafate al caer, se convirtieran en un delicioso fruto de color púrpura que es el corazón de la bella joven Aonikenk.
Todos los que comen del fruto caen bajo el hechizo del Calafate, lo mismo que el joven Selknam, y aunque vivan lejos, siempre vuelven a la Patagonia.
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